La
obra de Marisela Peguero expuesta desde el 20 de junio en
Casa Principal, en la zona metropolitana de Veracruz, fundamentalmente por la
neutralidad de los fondos y un cierto tono de amenidad se sitúa a medio camino
entre la ilustración y la pintura, al menos como hemos venido entendiendo y
percibiendo ésta desde hace largo rato.
Franco, fresco, cordial y lírico, el conjunto de
imágenes presentado bajo el título Arcoíris exhibe, sobre todo, un
espíritu intencionalmente ingenuo e infantil, si bien con tratamientos que
expresan claramente la tenencia y el asiento de diversos dominios que abarcan
el oficio y la intención. Es por ello que no se trata de un concepto naif
radicado en la cándida ausencia de conocimientos de variada índole que
formaliza gracejadas, cosas chistosas, agradables a la vista y frecuentemente
gratuitas que, sin embargo, resultan atractivas y respetables por lo que
evocan, es decir por cuanto involucran referencias directamente vinculadas con
lo sagrado: las niñas y los niños. En la obra de Peguero hay dibujo,
proporciones, valores cromáticos adecuados y composiciones apropiadas, recursos
con los que evoca los modos de percibir y la sencillez propia de la infancia,
misma de la cual ella posee cierta dosis con la que por cierto dialoga con sus
pequeños alumnos, a quienes imparte clases desde hace cinco años, formando
distintas habilidades plásticas y ejercitando los amables y nobles y necesarios
músculos de la inocencia.
Peguero es así. No se contamina, diríamos, de la
complejidad a veces aparente y a veces real de los discursos artísticos
actuales. No se enreda ni se confunde con teorías y menos con los
desplazamientos del arte o su nuevo espíritu de producción. Esa es su virtud.
Sin embargo, pensamos que su personalidad y talento dan para más y que con los
mismos temas, sin ellos o a pesar de ellos hace falta un poco de contagio, de
intoxicación, incluso, a efecto de complejizar los contenidos y las propuestas
en el sentido de Morin, esto es, lo complejo como lo que está tejido en
conjunto, como unión entre la unidad y la multiplicidad; como algo que refiera
la identidad compleja de lo humano (¿y de lo infantil?); como relación
todo-partes, o sea, lo multidimensional. La idea sería interesarse e internarse
en los secretos rincones de lo humano para montar así una serie de redes para
representar el mapa de la compleja condición humana (insistimos: ¿e infantil?).
¿Por qué decimos que la obra que referimos se sitúa
a medio camino entre la ilustración y la pintura? Suele decirse que la pintura está al servicio de concepciones y pensamientos más
bien íntimos, con arreglo a los cuales se goza de una gran libertad con
relación a la idea, el concepto y los medios utilizados. Por su parte,
habitualmente la ilustración se subordina a una idea impuesta por un texto
escrito o por un objetivo generalmente publicitario; quizá, también, hoy día,
por un pensamiento demasiado lineal, inmoderadamente literal, tal vez porque la
necesidad de transparentar y facilitar la interpretación rápida de lo que se
comunica obliga a una reducción. Dice precisamente Morin –aunque quizá de otro
modo– que la reducción simplifica lo
complejo y oculta el riesgo y la novedad y la invención.
De eso hablamos: en la obra de Marisela Peguero
hallamos muchas bondades que radican tanto en la hechura como en el concepto,
aunque se abusa y con facilidad de ambos y no precisamente por otra cosa que
una suerte de reducción simpática, tal vez complaciente que, basada en los
hábitos y las costumbres, resulta cómoda, con lo que de suyo tiene así de pertinente
y adecuada pero, también, con el poco espacio que deja para el asombro (nos
referimos un poco a esa idea de Lucian Freud acerca de lo que exige del arte:
“Pido que asombre, que perturbe, que seduzca, que convenza. La tarea del
artista es incomodar a los seres humanos”).
Ciertamente, no deja de haber en las imágenes de
esta incansable artista una cuota de crítica, materiales para la reflexión,
algo de jugar con el juego y mucho de un lenguaje figurado que sugiere más que
decir, no obstante que falta eso otro que por el tema y especialmente en estos
días de acoso, hostigamiento y violencia infantil y adolescente en las escuelas
y fuera de ellas debería contribuir a incomodarnos más.
Más complejidad. ♦
Por Omar Gasca