El Chino |
Conformada
por ochenta piezas, la serie La piel como
pre-texto de Miguel Fematt, se expone en la Pinacoteca Diego Rivera hasta
el 29 de septiembre. De esta muestra reciente del reconocido autor, Omar Gasca
escribe: “La fotografía no es una cosa avalada por el edificio inalterable de
la teoría: la toma es una especie de puente entre el deseo y la cosa deseada,
un proceso de sublimación del deseo. Lo que documenta Fematt es, básicamente,
su fantasía”.
Del 5 de agosto al 29 de septiembre la Pinacoteca Diego Rivera
exhibe La piel como pre-texto,
fotografías de Miguel Fematt, autor persistente cuya obra ha gustado, ofendido,
incomodado, disgustado, desconcertado, inhibido y desinhibido desde que empezó,
allá por los setenta, cuando cambió la escultura en madera por el arte de la
cámara y la Academia de San Carlos por Fuente de Cervantes núm. 18,
Tecamachalco, Estado de México, justo donde vivía y tenía su estudio la
fotógrafa Daisy Ascher, fallecida en 2003, quien entonces, viva, claro,
retrataba a Juan Rulfo, José Luis Cuevas, Roberto Carlos, Lyn May, Fernando
Benítez y Tongolele, entre otros personajes.
Fematt logró
impactar desde sus inicios. Estaba de moda el shocking y shockear o “chocar”: conmocionar, sacudir, golpear con
la obra. Estos efectos los logró con sus “Vísceras”, una serie de fotografías a
color de las entrañas de reses, cerdos, pollos o lo que fuera, abstraídas,
disociadas, aisladas y filtradas de tal manera que adquirían tonos azulosos a
modo de una especie de soft focus,
ciertamente como si Hamilton hubiera cambiado a sus hermosas modelos por
intestinos. Pasó lo mismo con sus carnes empacadas en Superama (Avenida de las
Fuentes núm. 174, Lomas de Tecamachalco), capturadas en los refrigeradores del
mismísimo supermercado, sin más. Desde luego, sus desnudos masculinos fueron
facciosos o sediciosos –que es casi lo mismo– desde el principio, al punto que
hicieron zozobrar a más de un funcionario de cultura o dieron pie para que éste
ejerciera la censura (o lo intentara) a efecto de producir una subordinada
satisfacción a la estrechez de ciertos espíritus. Lo propio sucedió con los
retratos de jóvenes con perforaciones y tatuajes en un ámbito supuestamente
letrado e inteligente. Algo parecido con “Espejo de la noche", sobre la
muerte de su hermano Salvador, e “In the air”, un conjunto de imágenes
inspirado en la letra de Laurie Anderson para la obra From the air, de su álbum de 1982 Big Science, donde Fematt encontró un humor convenientemente
paralelo para referirse a la ausencia de gobierno inteligente en el mundo:
“Good evening, this is your captain, we are about to attempt a crash landing…”.
(¡No me digas! Parece una historia mexicana sexenal).
Para Lucian Freud esa sería una de las exigencias del arte: perturbar. O séase: trastornar, revolver, trastocar el
orden y el sosiego. Mover el tapete.
Pero falta añadir una dimensión más turbulenta
al trabajo de este artista: Fematt no es fotógrafo. Es, en todo caso, un
fotógrafo después de la fotografía, igual que como Arthur C. Danto se refiere
al arte después del arte. No es fotógrafo de acuerdo con las maneras típicas
que han sucumbido o permanecen tambaleantes y ambiguas ante los embates
digitales. Coincide con Fontcuberta cuando éste dice que la fotografía describe
mientras la posfotografía conceptualiza, y va también con la teoría estética de la
fotografía de François Soulages acerca de lo irreversible y
lo inacabable. La
fotografía se ha diluido o por lo menos alterado sustancialmente en tanto
aquello que la definía. Un día la foto fue memoria y verdad, documento visual
que supuestamente representaba la realidad, preservando la imagen para el
devenir. Hoy por hoy (ojo a Instagram, Facebook o Twitter, por ejemplo) el
proceso de creación de imágenes hace que todo reconocimiento de su peculiaridad
dependa del modo y contexto de uso.
Apartado de
las voces “calificadas” que dictan los deberes de la técnica y los correctos
sentidos de la estética, privilegiándolos y superponiéndolos a la narrativa,
alejado de las ideas normalizadas y los sistemas de creencias que pasan por
certezas exclusivas y excluyentes, a Fematt la fotografía, o como llegara a
llamarse lo que él hace, le interesa como un proceso activo y coparticipativo
entre el fotógrafo y lo fotografiado, ligados por el campo envolvente que
constituye la experiencia, o sea la acción, el hecho. La fotografía no es una
cosa avalada por el edificio inalterable de la teoría: la toma es una especie
de puente entre el deseo y la cosa deseada, un proceso de sublimación del
deseo. Lo que documenta Fematt es, básicamente, su fantasía.
Fematt ha
desacralizado la fotografía desde hace tiempo y, junto, el desnudo masculino.
Al inicio de las cuatro décadas que lleva haciéndolo las mentes eran otras,
indudablemente muy capaces de predicar sin titubeos, en su restringida zona de
seguridad, la extravagante idea de que el cuerpo sin ropa ofendía a las
sensibles y cordiales conciencias. Por supuesto, Miguel Fematt exhibía entonces,
más que desnudos, sus propias nociones, percepciones, sensaciones y
conocimiento de causa, claro, acerca del cuerpo.
En La piel como pre-texto este autor
muestra ahora ochenta piezas. ¿Por qué el desnudo? Allí Fematt encuentra
respuestas pero, ante todo, los pretextos, las cosas antes que el texto, las
cosas antes de la cosa, que serán matizadas, alteradas, afectadas por el
contexto. La piel es pre-texto, es coartada, el afuera, pero asimismo
antecedente como quiera vérsele del cuerpo, el adentro, o sea el texto, lo que
de veras dice, aunque luego diga para no decir o para desdecirse. O para
provocar y admitir lecturas diversas, multivalentes, apropiadas, a la medida,
desde y para el espacio de lo inexplícito, esto es el lugar de los subtextos,
del contenido de debajo, el que subyace.
Con, junto, al
lado, sin o a pesar de sus tractores y detractores hay que reconocerle a
Fematt, además, su labor aquí y allá como curador y difusor de la
fotografía. Y ese valor que se requiere
para poner en claro qué se prefiere y vivir conforme a ello, poniendo fuera las
imágenes que lo revelan. ♦Por Omar Gasca