Quienes tuvimos la suerte o desgracia de caer en el vicio de la
escritura sabemos que debemos escapar de los adjetivos grandilocuentes tanto
como de la peste. Sin embargo, es imposible analizar la obra de Aguilera sin
utilizar términos como soberbia, ególatra, brillante, vanidosa, única,
autorreferencial… Como era de esperar, su última novela no escapa de esta
premisa, es más: la subraya y reafirma con creces.
En tiempos en los que pareciera que cualquier
persona capaz de decir dos palabras de corrido tiene derecho a ser considerada
“artista”, Aguilera comete un acto casi revolucionario: escribe terriblemente
bien. No me avergüenza decir que leer las primeras páginas de La
insaciabilidad retrasó la escritura de mi nueva novela. La prosa de
Aguilera ‒magnética, pulida, juguetona; cálida a pesar de ser
filosa como una daga‒ me hizo dudar por algunos días de mi propia capacidad para llevar
adelante mi trabajo.
Una pluma rica basta y sobra para sostener
cualquier novela, pero La insaciabilidad tiene el agregado de ofrecernos
un puñado de personajes inolvidables ‒y vuelvo a disculparme por el uso de adjetivos
grandilocuentes‒, entre los que
se destacan Ventura y Trilce.
Ventura es un escritor de mediana edad megalómano,
talentoso, triste y felizmente desgarrado por un pequeño harén de mujeres que
lo aman y detestan en partes iguales.
Estás solo, Ventura, completamente solo, y nadie te
va a salvar de eso, porque tu soledad se basa en el convencimiento de que no
existe una sola persona que alcance tu estatura.
Y como sé que la polémica será inevitable, me
anticipo a ella y aclaro que me niego a debatir si la novela es (o no)
autobiográfica, o si Ventura es (o no) el alter ego del propio Aguilera.
Es una discusión inútil que dejo de lado por trillada e inconducente. Toda
buena novela es una misteriosa alquimia de verdad y mentira, y ya todos sabemos
que cuando hablamos de literatura no hay nada más mentiroso que la verdad y
nada más verdadero que la mentira.
El mismo Aguilera nos recuerda la frase de Flaubert
que dice que “toda gran novela debe tener por lo menos un gran personaje
femenino”. La insaciabilidad lo tiene en la figura de Trilce: una
adolescente reflejo de su despampanante madre (amante de Ventura), y virtuosa
del violín, instrumento del amor del que Ventura no logra obtener más que
sonidos huecos.
Trilce es un personaje magnético, de veras
memorable, y ruego que la novela llegue pronto al cine para ver cómo sus
realizadores resuelven el desafío de trasladar a esta niña a la pantalla.
Podría asegurar que la Lolita que enamoró a Jeremy Irons en la película que
recreó el clásico de Nabokov es apenas cartón pintado en comparación al
potencial que ofrece Trilce.
La pluma de Aguilera vuelve a Ventura y a Trilce
tan reales que el lector de la novela, aun apartando sus ojos del libro, es
capaz de oírlos susurrar o gritar en su oído. Y no se me ocurre mayor elogio:
un escritor es, ante todo, un pequeño Dios capaz de crear vida con apenas
imaginación, tinta y papel. Y los deseos satisfechos e insatisfechos de sus
criaturas deben hacerse obligatoriamente carne en la piel del lector.
Y es en relación a los deseos insatisfechos donde
llegó mi primer reparo. En algún momento de mi lectura intuí una falencia:
Aguilera no me daría lo que prometía. Una novela es una promesa, y es el autor
por medio de sus personajes el obligado a saldarla. La insaciabilidad,
página tras página, no hacía otra cosa más que hacer crecer en proporciones
descomunales mi deseo por Trilce ‒sí, no me equivoco, ya no hablo del deseo de Ventura sino del mío propio
hacia esa niña diabólicamente angelical‒ y sospeché que ese deseo no sería saciado. Sólo
puedo decir que me equivoqué: Aguilera paga hasta su última promesa y, con
elegante y sutil maestría, nos demuestra que una clase de violín puede encerrar
tanto erotismo como las obras completas de Sade, los Trópicos de Henry Miller o
La historia del ojo de Georges Bataille. Un logro no menor en tiempos en
los que la venerable literatura erótica se encuentra reducida a clichés
garabateados sobre papel picado.
Intuyo que Marco Tulio Aguilera ‒presumido, cabrón, terco, pero también derecho como
pocos y talentoso hasta la exasperación‒ escribe con un solo fin: responderse a sí mismo si
es un gran artista o apenas un farsante. Yo sé muy bien la respuesta pero jamás
se la diré. Pretendo que siga escribiendo con pasión hasta el último día de su
vida, para deleite de este pequeño grupo de desquiciados que todavía somos
capaces de excitarnos, maldecir, reír a carcajadas y también llorar ante la
lectura de una buena historia. ♦
*Escritor argentino, autor de Tríptico del
desarraigo, Premio Bienal Internacional de Novela José Eustasio Rivera.
La insaciabilidad de Marco Tulio Aguilera Garramuño, col.
Ficción, Universidad Veracruzana,
Xalapa, 2014, 491 pp.